DOS VIAJES DE FELIPE BUENDIA
Fredy Roncalla
Los tuvo, y muy reales, a varias partes de la vieja Europa y al Brasil. Pero, establecido el centro de Lima como centro de su pintura y escritura, los viajes fantásticos de Felipe Buendía hacen de la vieja ciudad el axis mundi. En los viajes imaginarios de Felipe lo otro es la China y la Europa de los años 50. En Huachipa, al frente de los Jardines de la Paz donde descanza el querido y entrañable amigo, acabo de reencontrar los Cuentos de Laboratorio, que mantienen la huella indeleble de un baúl chino y una botella usada por el demonio del alcohol.
De niño, en la alturas de Chalhuanca, una vez decidí ir a la China cavando un hueco hasta el otro lado del mundo. Fue inútil por lo trabajoso del asunto, y porque ignoraba que la imaginación, lo fantástico, te pueden llevar a cualquier confín del universo en un instante. Mas aun si el genio creativo es capaz de contar una historia convincente. Es así que en Lima, a causa de un roonmate díscolo, el autor es encerrado en un baúl que lo lleva a un viaje por la historia de la China en el automóvil del Dr. Lao, el embajador. Con chofer y todo. Aquí Felipe despliega un vasto conocimiento que es narrado en forma ágil y dialogada con el embajador, con quien charla sobre historia, arte y filosofía chinas. En este relato está lo mejor de cómo aquella cultura ha sido imaginada por otros pueblos. Desde el occidental hasta el peruano, que es un accidente de occidente. En lo fantástico de Felipe, el arquetipo de lo otro florece en su mejor acepción, ajeno a lo sublime, lo canibalístico y deshumanizante. Con alegría, curiosidad y gozo. Cuando Gastón Bachelard, en su poética del espacio, dedica una capítulo a la fascinación de las cajas, imaginamos espacios pequeños que pasan al infinito por un acto de evocación, nos prepara apenas para el baúl de Felipe, donde ser encerrado abre inmediatamente vastos espacios. Pensé que la Noche boca arriba de Cortázar era un referente cercano al Baúl, pero mucho más cercano es el Metro de Marithelma Costa, donde un homeless descubre como viajar a voluntad de Manhattan a varias estaciones de tren de Europa.
Conocí a Felipe Buendía en el Wony. Era mayor que nosotros. Y tenía un sentido de humor extraordinario. Mas una fina capacidad de imitación y de poner apodos. Recuerdo mucho al ayatolah, en los albores de el éxito mediático del fundamentalismo y sus espejos. Andábamos en la vanguardia y en el arte político. El parecía distante de ello. Pero en sus cuentos varias de su reflexiones daban en el blanco de la condición humana. Sin pretensiones ni alardes. Por eso, y por su gran sentido de la amistad, seguro su cercanía a nosotros, en especial a Juan Ramírez Ruiz.
Ya pasado el preámbulo del Wony, llegué a conocer el apartamento de Felipe en la calle Angaraes, donde él pintaba y escribía a diario, con una disciplina envidiable. Fue ahí que me entregó los Cuentos de laboratorio. Cierta vez vinieron a visitarlo unos actores de televisión. Se dedicaban a programas cómicos. La idea era hacer algunos cortos con los cuentos de Felipe. Escogieron el Demonio del alcohol. Y me metí de guionista para el corto. Hice algo. Pero como tantos otros, el proyecto quedó trunco, y de los actores no supe nunca mas. Tal vez eran personajes de sus cuentos, que desaparecen sin dejar huella. De eso se trata el Demonio del alcohol.
Aquí el narrador, un escritor de cierto renombre, es recibido en el Callao por amigos que lo persiguen por todas partes haciéndole tomar. De pronto recibe unos mensajes que lo llevan al demonio del alcohol, quien cobra una cantidad considerable de dinero para desaparecer a los amigos. Hecho el trato y pasado un tiempo no hay huella de ellos. El personaje los extraña y busca Y al final los encuentra encerrados en una damajuana de alcohol en el cuarto del demonio, que ya prepara hacer sus estragos en otra parte del planeta. Es un cuento fantástico con un sutil sentido de humor. Su belleza recae no sólo en la trama y el estilo, sino también en cómo el narrador se presenta al borde del absurdo, sin tomarse muy en serio. Igual que el zorro andino.
Un día nos fuimos con Felipe a Huaraz, a visitar a Pepe Oviedo. Nos llevaron a la universidad. Todo el mundo hablaba de Scorza. Felipe dijo sentirse en un lugar lejano, como en alguna tundra de oriente. No lo entendí muy bien en medio de ese fervor andecéntrico. Seguimos la amistad por mucho tiempo y me apenó no haberlo visto mas a menudo antes que nos dejara.
Pasado el tiempo su figura reaparece gracias al homenaje que Bruno Buendía y sus amigos le hacen al decenio de su partida. Todo lo que uno guarda de un gran y querido amigo se queda casi siempre en el tintero. A veces el homenaje es el silencio. Pero he aquí que los seres vivos de las tundras y ciudades del lejano oriente, están muy cerca, como una caja china al revés. Le cuento a la hija de mi mujer que voy a escribir algo sobre un amigo que se mete en un baúl y viaja por la historia de la China. Me da la fracción de segundo que le permite el smart phone y sigue con sus text messages. Ella y mi esposa son denla China. Tras leer el relato de Felipe Buendía me metí para siempre en el Baúl.
Flushing y Kearny
Mayo 30 del 2013